Walker Evans, 1935.

martes, 23 de noviembre de 2010

Familiesto Corrompista.

Un niño en una habitación oscura. Un niño de ocho años tapándose los oídos en una habitación oscura. Un niño de ocho años tapándose los oídos mientras cantaba “no oigo nada soy de palo, tengo orejas de pescado” en una habitación oscura.

Una mujer en una habitación contigua a la de un niño. Una mujer y su marido en una habitación contigua a la de un niño. Una mujer que grita y su marido golpeándola en una habitación contigua a la de un niño de ocho años.

Una familia estándar con un papá, una mamá, uno o dos o tres hijos, quizá más, viven en una casa estándar, con tres perros estándar, en un pueblo estándar. Lo mismo decir: una familia estándar con un papá golpeador, una mamá golpeada, uno o dos o tres hijos, quizá más, golpeados, viven en una casa estándar, con tres perros golpeados estándar, en un pueblo sordo estándar.

Así comienza una historia estándar de anécdotas por demás oídas, de historias estandarizadas y subyugadas por un pueblo que no quiere oír, un espectador stand up (¿o estándar?) porfío en llevar una vida tranquila, una vida feliz, una vida estándar.

Martín era un pibe ecléctico, etéreo medio-loco o lo que equivale decir soñador o medio-golpeado. Lucrecia era una chica ejemplar, estudiosa y sensible media-golpeada. Horacio era un todo-caballero flemático a medias, domador profesional de pértigas o medio-golpeador. Marcela era una mujer azorada por la rutina, magullada por Eros, medio-golpeada.

Esta es la historia de una familia particular y no tanto, una familia regenteada por una cruz, por un viejo senil con una cruz, por una costumbre, por un pueblo luciferino, por un, por un, por un…

Horacio llegaba de trabajar de una larga y dura jornada propia de un sistema carroñero que devora a quien no se mueve. Marcela lo esperaba, mortecina, famélica, dispuesta a recibir su condena. Martín y Lucrecia solo querían jugar, los niños siempre querían jugar.

Una violencia sistematizada de raigambre constitucional, tiene como testigos de una desmesurada inmolación, individuos exánimes y sedientos, de libertad, de igualdad, de amor. Ellos siempre querían jugar.

Esta es una historia de niños que jugaban a ser soldados, de niños que no podían dormir, de niños que debían cantar “no oigo nada soy de palo, tengo orejas de pescado”.

25 de noviembre: Día Internacional de Lucha contra la violencia de género.


Alexis Turnes Amadeo
25 de noviembre de 2010.

1 comentario: