Walker Evans, 1935.

sábado, 24 de abril de 2010

A los Negadores de Historias

Del escepticismo nacen las verdaderas sorpresas. No son los grandes idealistas quienes gozan de sus proezas sino aquellos que descreen de su verdadera aptitud de creer. Plasmando estos preceptos a la realidad concluyo que solo aquellos quienes se niegan a visualizar los verdaderos motores de la existencia son quienes pueden aceptar con facilidad la no virtualidad de los hechos.

Los escépticos- o los por mí denominados "negadores de historias" -poseen una visión tan particular y estrecha que en conjunto forman una gran masa que los asimila a la otra gran masa con la que coexisten.

Desde mi visión del comportamiento humano, nadie es tan original. Las conductas se reiteran sucesivamente unas a otras en fragmentos imperceptibles que nos hacen creer ajenos a lo aledaño. Pero no hay que confundirse. Los escépticos poseen otras virtudes, y una de ellas es la posibilidad de sorprenderse. El mundo no es tan complejo y los procesos son cíclicos, y mientras los creyentes solo deben recorrer un radio, ellos (los negadores de historias) agotan sus recursos recorriendo un diámetro infinito, de decepción, de asimilación a lo desconocido que se torna conocido por los demás.

Mis estudiados seres niegan con seguridad absoluta, inhibidora. Niegan el amor, la felicidad, las casualidades. Niegan la Divina Providencia, el amanecer, la confianza y el fracaso. Y es aquí donde quiero dar finiquito a mi observación. Admiro a estos seres profundamente, pues ellos y solo ellos saben cómo evadir el sentido común, lo consuetudinario del alma, "El Aleph" y "La escritura del Dios" de Borges. Aquí, in fine de mi texto les doy las gracias por no creer, por alentarme a vivir dos veces.

Alexis Turnes Amadeo

Floripondio

Desde el período de la concepción hasta no hace basto tiempo pequé de confiarme similar a los amantes. Parecía una tarea sencilla, pues consistía en esperar el momento justo hasta percibir una oportunidad que se situara ante mis ojos.

Según mis creencias no era más que un proceso natural y fortuito, común e inherente a cada uno de nosotros. ¡Qué equivocado estaba!

No me culpen. El mundo es una gran falacia que pregona lo que hay, donde no lo hay. Un famoso fotógrafo dijo una vez: "la fotografía es una promesa, y esa promesa nunca se cumple"; adaptando esa premisa a la realidad, creo que el mundo es una fotografía, una gran promesa.

Continuando el relato, o la falacia (o la fotografía del mundo), entendí por los principios de la física cuántica, que el tiempo no es más que una ilusión. Sí, es increíble, pero eso dice uno de mis libros de física cuántica. Así que en lugar de esperar, ilusioné; y es allí donde, de forma exhaustiva, podría taxativamente dar cuenta de mis experiencias y anécdotas.

Entendiendo a un sistema como una concatenación de unidades que funcionan en forma conjunta, mi vida no era más que el ensamble de decepciones que conspiraban con afán de hacerme creer que lo que naturalmente debía suceder, podía verse interrumpido o hasta corrompido.

Entonces entendí. Podría disfrutar de la reciprocidad del amor que se otorgaban los extraños. ¡Qué generoso se torna el mundo desde esa perspectiva! Podría inmiscuirme en la surrealista idea de apelar a la felicidad, a través de la felicidad de los demás.

Y así sucedió; y aquí me ven. Perpetuo en lo insólito de mi circunscripción. Veo la gente al pasar; encontrándose, uniéndose; y yo estoy allí, encontrándolos, uniéndolos, dejándolos ir, pues, al fin y al cabo, había comprendido que es lo que tan solo puede hacer, un árbol de floripondio.

Alexis Turnes Amadeo.
(Publicado en "Argentina en versos y prosas", Ediciones Raíz Alternativa, 2009)

Encuentro conmigo

No eran más de las dieciocho horas cuando me despertaba para iniciar la supervivencia en este azaroso y cruel mundo en cual vivimos. Mi papá siempre decía “vivís el mundo del revés”, y en efecto, tenía razón. Me despertaba cuando el sol había iniciado su descenso, comía algunas tostadas con queso untable y un cappuccino para subsanar la falta de alimentos que debería haber ingerido durante el desayuno y el almuerzo, y, terminado dicho acto, comenzaba la ardua lucha contra el sedentarismo y la cotidianeidad que me hostigaban a diario. Aclaro que, además, se debatía en mi cabeza un duelo psicológico a cerca de la dicotomía de creer si estábamos llevados a la predestinación o si seríamos artífices de nuestro propio destino; hubiera sido beneficioso para mí optar por la primera posibilidad, pero muy dentro de mí sabía que estaba lejos de ello.

Las horas transcurrían y sumergíame en el mundo de las ilusiones y utopías, las proyecciones, ese axioma universal de la vida tipo, feliz, ese cliché que me habían impuesto cuan niño. Pero al mirar el reloj, ya había pasado media noche y no había hecho nada de mi existencia, no había incorporado nuevas tendencias, ni quebrantado paradigmas.

Necesitaba un plan, al que debía visualizar, por ello opté por trasladarme al mundo paralelo más abstracto e ideal que tenía a mi disposición. Tomé un DVD, lo inserté en el reproductor. Encontré una historia, una vida, me transformé en un personaje, todo tenía sentido, formaba parte de un grupo de pertenencia el cual también me pertenecía. Cambié mi voz, mi indumentaria, fui testigo de dos excitantes horas en donde el planeta, ese geoide cuerpo azul, parecía girar a mí alrededor. Me hablaban, miraban, tocaban, querían; la integridad, formaba parte de mí.

No eran más de las dieciocho treinta horas cuando me despertaba para padecer, otra vez, todo el conjunto de estadíos que me asediaban en la totalidad de mis días. Era paradójico encontrar la complejidad en los actos eventuales asimilados por el común de las personas que me rodeaban. Observaba con indiferencia el paso de los segundos, los minutos y las horas, cuando el ensordecedor sonido del silencio anunciaba la medianoche, sombría y elegante. Sumido en la monótona penumbra de mi hogar, o mi vida tal vez, entendía que debía amalgamar el tiempo perdido.

Necesitaba un plan, la evasión se presentaba como la candidata más certera. Pensé en Tolstoi, sí, él podría ayudarme. Procedí a tomar un viejo tomo, descolorido, que intentaba ser verde musgo (anteriormente hubiese dicho tan solo verde, pero la complejidad de las nomenclaturas de los tiempos modernos no me permitiría ser tan obtuso). Inevitablemente se produce esa metamorfosis tan anhelada. Había abandonado mi habitación. Era un imponente caballero, respetable y honorable de la ajetreada Edad Media. Todos parecían observarme atónitos, con un dejo de admiración. Viví las tres horas más excitantes del día en que me encontraba, hasta desvanecer.

No son más de las diecinueve horas, cuando me despierto de esta agraviante, injusta y paupérrima vida que me toca vivir. Pienso comer algo para subsanar la falta de alimentos del desayuno y el almuerzo. Luego, supongo que realizaré la planificación del resto de mis meses hasta finalizar el año. Finalmente tendré que realizar un plan, porque seguramente haya perdido una considerable cantidad de tiempo en el intento de proyectar mi futuro. Y sí, siempre me caractericé por mi pragmatismo y reincidiré por el resto de los tiempos; me hostigarán por desafuero, por transeúnte de ideales, pero ahí estaré yo, en la excitante búsqueda de crear un plan, de ser meritorio de aventuras, del encuentro conmigo mismo.

Alexis Turnes Amadeo
(Publicado en "Argentina en versos y prosas", Ediciones Raíz Alternativa, 2009)

viernes, 23 de abril de 2010

Violet

No es la aptitud la que me corresponde, sí el coraje el que me apremia. Prolongar la razón de mi desdicha sería estar inmerso en el masoquismo que me caracteriza, por ello ignorare un preciosismo plagado de ficticios vocablos que enriquecen la hipocresía más sutil.

Una mañana de otoño, me encontraba caminando entre las hojas amarillentas que se deslizaban de los árboles. Éstas marcaban un sendero que, en determinado punto, se bifurcaban dividiendo el camino. Yo no sabía hacia donde me dirigía, pero el trayecto de una hoja perfectamente alineada que me había llamado la atención pareció indicarme la dirección. Y sí que lo había hecho, en efecto, me llevaba hacia la experiencia más intolerable de mi existencia. Caminé por el sendero, cuando, por una de esas casualidades que años más tarde uno se pregunta si realmente lo fueron, me tope con el ser más extraordinario que en mi vida había visto. Se trataba de una muchacha de no más de veinte años, yo hasta entonces tenía veinticuatro. Sus cabellos rubios parecían ir al compás del bramido del viento. Torpemente sabía que algo debía hacer para llamar su atención, no podía irme de allí sin antes conciliar un posterior encuentro. Como quien observa a esos galanes solteros de película yankee procedí a realizar el acto más vergonzoso que jamás hubiese hecho. Intentaría golpearla intencionalmente, pues si mi táctica tenía éxito, sus libros caerían, y yo, como buen caballero que soy, ayudaría a levantárselos. Pero esto no resulto como lo había convenido. Antes de realizar mi objetivo tropecé bruscamente con una baldosa que se encontraba desnivelada en la superficie. Consecuentemente caí sobre mi víctima, descendiendo finalmente, sobre el pavimento.

Pensé que todo había terminado para mí, pero aquella musa de la naturaleza, no pareció pensar lo mismo. Comenzó a reír con un desdén tal que inconscientemente me llevo a hacerlo también. Su mano estaba lastimada y ofrecí llevarla a la salita de auxilios más cercana. Accedió sutilmente. Mi suerte estaba echada. Debía ir más allá de lo que me indicaban mis cinco sentidos. Ofrecí invitarla a cenar. Ella acepto. Yo sonreí. Nos sonrojamos.

El encuentro era al día siguiente. Esa noche no pude dormir. Violet, así era su nombre, me trasladaba a las infinidades de mis sentimientos más oscuros y perversos, me descansa, renueva, ilusiona y desvanece.

Como estaba ideado, ella me esperaba en el Royal Aspen, a las veinte horas en la mesa que había reservado con anticipación. Le hice una reverencia, bese su mano suave como el terciopelo, nos miramos y, finalmente, nos besamos.

Fue el momento en que todo se volvió negro para mí. Lo inesperado comenzaba a suceder. Me encontraba acostado en una cama cuyas sabanas y colchas no variaban del color blanco. Quise levantarme bruscamente. Una fina mano me lo impidió. Era la de Violet. Sí, podía reconocerla. No recuerdo que había sucedido pero ella estaba a mi lado, y yo, era feliz.

Le printemps c’est jollie, comme tes yeux d’enfant tartamudeé. No hubo respuesta alguna. Escucho voces de fondo.

- Es el efecto de la anestesia señorita – repetía una voz masculina que me examinaba de cerca.

- ¿Cuándo estará bien doctor? Debo de cumplir con múltiples obligaciones en el día de hoy. ¿Ha llamado a su familia? – Interrogaba Violet con un nerviosismo que fácilmente podía percibirse.

- No hemos contactado a nadie señorita – Respondía el médico con un dejo de impaciencia,

- Es que no lo entiende doctor, contraeré matrimonio en tan solo tres horas, me topo con este hombre quien tropieza golpeándose fuertemente la cabeza, y no quisiera ser grosera de dejarlo solo aquí - .

Ya lo entendía todo, o contrariamente, no lo entendía nada. Violet no me pertenecía, y nada de lo que había imaginado sucedía en realidad. Mi vida no tenía sentido. Violet significaba demasiado como para perderla. Fue cuando me dejé caer. Ella debía casarse. Yo debía prepararme para lo que me era asignado. Reitero, cerré mis ojos y me dejé caer. Todo se volvió negro, difuso.

- Le printemps c’est jollie, comme tes yeux d’enfant, es la frase más hermosa que me han dicho en años –

Abro mis ojos y ella estaba ahí, en el Royal Aspen con su figura entallada. Acababa de besar sus labios carmesí. Había perdido la noción del tiempo. No sabía si lo que sucedía realmente estaba sucediendo. Me deje llevar por el momento. Disfrutaría sin límites la aurora boreal que se interponía en mi camino. Lo haría sí, por lo menos hasta que se suceda lo inesperado. Es lindo pensar que hay sucesos cuya fabulosa imperfección vuelven a la matriz de los hechos. Creer en la retroalimentación o feedback, sentir que mi vida estaba espiritualmente llevado a la predestinación, y yo iba a romper con esta última.

Alexis Turnes Amadeo
(Publicado en "Argentina en versos y prosas", Ediciones Raíz Alternativa, 2009)