Walker Evans, 1935.

jueves, 16 de febrero de 2012

El ventrílocuo

Se despierta y no siente más que madera, madera tallada,  madera irascible.  Entabla conversaciones pueriles consigo mismo o con él. Se relame en su conocimiento errante, artístico, intransigente. Conjuga axiomas perentorios y sale a la calle.

Autodefiniéndose como Eurycles de Atenas se siente omnipresente, observado. Cada paso marca la impronta de un idilio pagano cuya parsimonia está basada en la relación de querer decir a través de lo que no se es. A través de él.

Se sitúa en un rincón urbano, una esquina rala. Manipula su muñeco, y comienza el show. Sus espectadores siempre son ambulantes, lo aprecian al caminar. Sin embargo, su presencia provoca desazón, su irrupción, aversión.   

Dice el muñeco al comenzar “Cuando forjan la razón de lo inmediato nos perdemos en un vuelo incandescente, que soslaya, pero no agota la sinfonía del acontecer.  Y caminamos por doquier al compás irrisorio de quien no comprende el por qué de la templanza del vivir.” Un niño comienza a llorar. Cinco personas se retiran indignadas.

Prosigue el muñeco “No creamos en estratificaciones basadas en la cadencia, al fin y al cabo, no es a la más linda a quien elige el toro, sino a la más vaca”.

Auto-Eurycles es agredido con una botella cortada de vidrio. Brotan chorros bermellones de censura de sus ojos y lo inundan.

-         Aún así yo puedo verlo – relata el muñeco – sí, puedo ver lo que a gritos silenciados intentan perforar-

Los chorros bermellones invaden a su productor y lo envuelven. Posteriormente se introducen en las cavidades astilladas del muñeco, que comienza a caminar.

A su paso enuncia “Su vituperio no es una daga serpenteante conducente del propio juicio; es una sentencia dictada por la funcionalidad de la opresión, que nos inmuta y condena a la histórica putrefacción del alma. El vaho de sus palabras, es vaho de alguien más. No hagan suya la sentencia y permítanse caminar”

El ventrílocuo y las maderas no fueron más que sangre perdida en esa esquina rala de la ciudad, sin que nadie haya entendido realmente, cuál de los dos había obtenido su libertad.

Alexis Turnes Amadeo
16/02/2012