Walker Evans, 1935.

viernes, 23 de julio de 2010

Timador de sueños

Si una persona fantasea ante la posibilidad de un éxito rotundo de bonanza, se dice que es un soñador. Si un ente es el protagonista de ese utópico arquetipo, existe la posibilidad de que se lo defina como un ser soñado. Unos y otros, son conscientes de eso.

La diferencia entre el soñador y el ser soñado radica en su esencia. El primero es el gran creador, el artífice del porvenir del segundo. El segundo, por ende, no es otra cosa que el mandatario del primero. Supongo que entro en la segunda categoría. Nunca engendré mis acciones.

El ser soñado no tiene apariencia y es víctima de constante metamorfosis. No puede ser identificado, solo soñado. El ser soñado no es condescendiente a la consciencia del soñador, sólo al reflejo instintivo y maquinal de quien lo sueña. El ser soñado sueña con soñar, y el soñador, sueña con soñar aquello del ser soñado que lo haga feliz. Si uno sueña, el ser soñado se activa, y cuando lo hace, solo queda con soñar el proceder del ser soñado.

Cuando un soñador me sueña, sueño con que el sueño nunca termine. Cada despertar de un soñador, implica una masacre, un asesinato de seres soñados; y los seres soñados sueñan con volver a ser soñados por un soñador, no importa cuál. En ocasiones me sueñan y me matan en sus sueños, en otras, me matan con tan solo despertar al alba. En ocasiones me sueñan y quisieran matarme, en otras solo sueñan con no volver a soñarme.

Vivir la vida de un ser soñado no es fácil, si puede llamárselo vida. Empotrarse en los sueños de un soñador, depende de su indulgencia o cerrazón. Su oprobio, implica nuestro aniquilamiento. Por ende el ser soñado vive con temor, de ser aniquilado, de ser soñado.

Un niño enclenque caminaba por las calles de Buenos Aires, mendigando, nadie sabe si afecto, hogar o tan solo monedas. Una señora pacata caminaba por la calle y lo percibió. Estrecho su mano, y con compasión, asco y orgullo de su acción, le tiro unas monedas y dijo “Eres un ser soñado”. El niño se estremeció de terror.

Alexis Turnes Amadeo.

viernes, 2 de julio de 2010

Sofía

Podía sentir el sacrilegio del mundo, sin inmutarse. Subrepticiamente sorteaba las calles de toda la ciudad. Y un individuo en otro sitio la creía abyecta, y una muchacha de más arriba la veía sumida en un letargo sin desenlace, y el hombre del costado se regocijaba, y el niño de abajo dibujaba una película en el paisaje de sus ojos, y la señora, la más incrédula, protestaba ante sus vecinas proclamando insanidad e interdicción.

Una tarde de invierno le oí decir cabizbaja "fría oscuridad voy a pervertirte, fría oscuridad voy a seducirte" como un diapasón, sin cerebro, nada más que alma. Y uno la observa como repite esa voluntad del mendigo. Pocos fuimos los que nos preguntamos cuál era su búsqueda y de dónde provenía esa desvergonzada impunidad que la desembarcaba a movilizarse entre la oscuridad de un beso letal de soledad, como si el mundo fuera una llanura bucólica pura.

Algunos la vieron llorar, otros la vieron volar en tiempo real, yo la vi amar hasta la sangre derramada.

Se había convertido en un mito, todos hablaban de ella, en realidad, me hubiera gustado que todos hablaran de ella. Por allí dijeron que sólo se trataba de música, aquello que la mantenía viva. Por allá intentaban descifrar el enigma de su sombra. Los unos y los otros la tenían presente ¿cómo es posible que nadie pudiera verla?

Aprenderé a convivir con ella bajo la histeria de un recién enamorado. En mi cuerpo solo sentiré el pasado como nunca fue, donde Sofía ya no esté. En la eternidad de un estadio transitorio me verán, viviendo junto a mi Soledad.



Alexis Turnes Amadeo
Sofía Ruvituso, autorretrato