Walker Evans, 1935.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Desasosiego adolescente

I

Uno frente al otro, ella y yo. Así nos encontrábamos, grandilocuentes, incógnitos esperando una primera respuesta contraria para actuar en consecuencia. Yo me encontraba absorto, paralizado, temeroso. Ella expectante, amarronada, vil, despreciable, infame y desagradable. Todo era cuestión de un gran movimiento, un rápido y sagaz movimiento. Me agacho y tomo con precaución mi calzado. Ignota, sólo mueve sus extremidades, casi con lujuria. Tomo el tiempo, calculo el espacio y en un acto volitivo, rápido, preciso e ininteligible lanzo el zarpazo. Me detengo antes de finalizar mi objetivo. Ella sólo se traslada unos centímetros.

II

Cuando mi conviviente me comunicó con tan solo un mes de anticipación que no iba a renovar el contrato de alquiler, puesto que volvería a su pueblo natal, mis primeros pensamientos fueron meramente económicos. Hacerme cargo de un alquiler (con su tan anunciado aumento), siendo un estudiante desempleado, no era un detalle menor. La situación requería mi total atención, mi total esmero, mi sacrificius totalus (podría decir J.K. Rowling).

Comencé por buscar empleo, lo cual fue un absoluto hastío. Me encontraba intransigente a las entrevistas. Veía armas y asesinos en mis tests de Roscharch, dibujaba un hombre bajo la lluvia sin paraguas y llegaba mojado a las entrevistas por no llevar paraguas. Siempre iba a haber una hermosa y despampanante mujer rubia que se “adaptara al perfil de la empresa” mejor que yo. Cataclismus totalus.

Siempre me considere un tipo creativo (pero no resolutivo según “los perfiles que buscan las empresas”). El dinero llegaría por ese lado.

III

Mi pensamiento gamberro, ambicioso, desesperado, “creativo” se genera, inclusive, teniendo una cucaracha enfrente. ¿Cómo puede UNA cucaracha industrializarse en una fuente de ingreso? Si vamos a hablar de economía hay que pensar en la OFERTA y la DEMANDA. Si yo pudiera hacer de una cucaracha algo único en su especie, y reducir la OFERTA a UNO, entonces la DEMANDA sería infernal, subiría su precio y mi cucaracha, mi genuina cucaracha capitalista, sería el artilugio que me libere de ese indómito infortunio.

Nunca creí que Mochon y Becker fueran a servirme de algo.

IV

Tiré mi alfombra de baño sobre ella para que no pudiera escapar. No pareció molestarle, se mantenía impasible. Me dirigí hacia la heladera, agarré un tarro de mermelada de frutilla, lo vacié. Agarré un cuchillo y comencé a perforar su tapa dejando pequeños agujeros en la superficie. Sería su hogar. Retomé mi viaje al baño, esta vez super-equipado con mi frasco de mermelada y una palita.

V

Monopolizar la actividad cucaracharil solo podía ser visto desde una óptica ecológica. Cuando las pieles de los animales son pieles que pertenecen a animales de inferioridad numérica, valen más. Si pudiera eliminar a todas las cucarachas del universo, probablemente científicos y ONG’s defensoras interesadas en preservar la especie, pagarían una exorbitante suma de dinero por mi nueva conviviente, mi nueva cucaracha que planea inconscientemente ser la última.

VI

La convivencia con las cucarachas es menos agobiante de lo que nos deja entrever Gregorio Samsa (Tal vez a Kafka nunca lo plantaron un mes antes de renovar el alquiler de su departamento). No son demandantes, no hablan, no estorban (sobre todo si están encerradas en un frasco).

El otro paso de mi tramoya fue envolver a todos mis conocidos en una nigromancia tal que les hice creer que las cucarachas eran portadoras de un virus particularmente mortal. El sólo contacto con su defecación (si es que las cucarachas defecan, no lo sé) produciría un efecto fatal. Este fenómeno fue transmitido de persona en persona hasta lograr una masacre considerable. Las distintas tribus anfibias fueron de gran ayuda.

Ahora solo quedaba esperar un poco más. Era mi única posibilidad.

VII

Fue a fines de noviembre de 1979 cuando mi fulgurante plan pasó a convertirse en una anacrónica utopía, cuando fue palmario mi descalabro.

Mi vecino el general, verde y omnipotente, susurraba a sus subalternos. Denoté una sonrisa maliciosa y bastó con lo que escuché para considerarme acabado.

- No alcanza con encerrarlas, hay que acabarlas como cucarachas que son.

- ¡SÍ MI GENERAL!

Nunca falta oportunidad en la que alguna vez nos preguntamos ¿alguien en éste mundo estará pensando en éste exacto momento lo mismo que yo? Pues yo nunca creí que en el mismo instante en que estimé encontrar la solución a mis problemas económicos, un simposio de personas vestidas de casco, botas e indumentaria camuflada estuviera pensando en exterminar las cucarachas para comerciar su cucaracha mayor a los apabullados doctores de la ciencia. Mi plan había sido frustrado. Era hora de volver a casa de mamá y papá.

Alexis Turnes Amadeo
15 de noviembre de 2010.
http://indubioproidiotas.blogspot.com

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