Walker Evans, 1935.

viernes, 2 de julio de 2010

Sofía

Podía sentir el sacrilegio del mundo, sin inmutarse. Subrepticiamente sorteaba las calles de toda la ciudad. Y un individuo en otro sitio la creía abyecta, y una muchacha de más arriba la veía sumida en un letargo sin desenlace, y el hombre del costado se regocijaba, y el niño de abajo dibujaba una película en el paisaje de sus ojos, y la señora, la más incrédula, protestaba ante sus vecinas proclamando insanidad e interdicción.

Una tarde de invierno le oí decir cabizbaja "fría oscuridad voy a pervertirte, fría oscuridad voy a seducirte" como un diapasón, sin cerebro, nada más que alma. Y uno la observa como repite esa voluntad del mendigo. Pocos fuimos los que nos preguntamos cuál era su búsqueda y de dónde provenía esa desvergonzada impunidad que la desembarcaba a movilizarse entre la oscuridad de un beso letal de soledad, como si el mundo fuera una llanura bucólica pura.

Algunos la vieron llorar, otros la vieron volar en tiempo real, yo la vi amar hasta la sangre derramada.

Se había convertido en un mito, todos hablaban de ella, en realidad, me hubiera gustado que todos hablaran de ella. Por allí dijeron que sólo se trataba de música, aquello que la mantenía viva. Por allá intentaban descifrar el enigma de su sombra. Los unos y los otros la tenían presente ¿cómo es posible que nadie pudiera verla?

Aprenderé a convivir con ella bajo la histeria de un recién enamorado. En mi cuerpo solo sentiré el pasado como nunca fue, donde Sofía ya no esté. En la eternidad de un estadio transitorio me verán, viviendo junto a mi Soledad.



Alexis Turnes Amadeo
Sofía Ruvituso, autorretrato

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