Walker Evans, 1935.

viernes, 23 de abril de 2010

Violet

No es la aptitud la que me corresponde, sí el coraje el que me apremia. Prolongar la razón de mi desdicha sería estar inmerso en el masoquismo que me caracteriza, por ello ignorare un preciosismo plagado de ficticios vocablos que enriquecen la hipocresía más sutil.

Una mañana de otoño, me encontraba caminando entre las hojas amarillentas que se deslizaban de los árboles. Éstas marcaban un sendero que, en determinado punto, se bifurcaban dividiendo el camino. Yo no sabía hacia donde me dirigía, pero el trayecto de una hoja perfectamente alineada que me había llamado la atención pareció indicarme la dirección. Y sí que lo había hecho, en efecto, me llevaba hacia la experiencia más intolerable de mi existencia. Caminé por el sendero, cuando, por una de esas casualidades que años más tarde uno se pregunta si realmente lo fueron, me tope con el ser más extraordinario que en mi vida había visto. Se trataba de una muchacha de no más de veinte años, yo hasta entonces tenía veinticuatro. Sus cabellos rubios parecían ir al compás del bramido del viento. Torpemente sabía que algo debía hacer para llamar su atención, no podía irme de allí sin antes conciliar un posterior encuentro. Como quien observa a esos galanes solteros de película yankee procedí a realizar el acto más vergonzoso que jamás hubiese hecho. Intentaría golpearla intencionalmente, pues si mi táctica tenía éxito, sus libros caerían, y yo, como buen caballero que soy, ayudaría a levantárselos. Pero esto no resulto como lo había convenido. Antes de realizar mi objetivo tropecé bruscamente con una baldosa que se encontraba desnivelada en la superficie. Consecuentemente caí sobre mi víctima, descendiendo finalmente, sobre el pavimento.

Pensé que todo había terminado para mí, pero aquella musa de la naturaleza, no pareció pensar lo mismo. Comenzó a reír con un desdén tal que inconscientemente me llevo a hacerlo también. Su mano estaba lastimada y ofrecí llevarla a la salita de auxilios más cercana. Accedió sutilmente. Mi suerte estaba echada. Debía ir más allá de lo que me indicaban mis cinco sentidos. Ofrecí invitarla a cenar. Ella acepto. Yo sonreí. Nos sonrojamos.

El encuentro era al día siguiente. Esa noche no pude dormir. Violet, así era su nombre, me trasladaba a las infinidades de mis sentimientos más oscuros y perversos, me descansa, renueva, ilusiona y desvanece.

Como estaba ideado, ella me esperaba en el Royal Aspen, a las veinte horas en la mesa que había reservado con anticipación. Le hice una reverencia, bese su mano suave como el terciopelo, nos miramos y, finalmente, nos besamos.

Fue el momento en que todo se volvió negro para mí. Lo inesperado comenzaba a suceder. Me encontraba acostado en una cama cuyas sabanas y colchas no variaban del color blanco. Quise levantarme bruscamente. Una fina mano me lo impidió. Era la de Violet. Sí, podía reconocerla. No recuerdo que había sucedido pero ella estaba a mi lado, y yo, era feliz.

Le printemps c’est jollie, comme tes yeux d’enfant tartamudeé. No hubo respuesta alguna. Escucho voces de fondo.

- Es el efecto de la anestesia señorita – repetía una voz masculina que me examinaba de cerca.

- ¿Cuándo estará bien doctor? Debo de cumplir con múltiples obligaciones en el día de hoy. ¿Ha llamado a su familia? – Interrogaba Violet con un nerviosismo que fácilmente podía percibirse.

- No hemos contactado a nadie señorita – Respondía el médico con un dejo de impaciencia,

- Es que no lo entiende doctor, contraeré matrimonio en tan solo tres horas, me topo con este hombre quien tropieza golpeándose fuertemente la cabeza, y no quisiera ser grosera de dejarlo solo aquí - .

Ya lo entendía todo, o contrariamente, no lo entendía nada. Violet no me pertenecía, y nada de lo que había imaginado sucedía en realidad. Mi vida no tenía sentido. Violet significaba demasiado como para perderla. Fue cuando me dejé caer. Ella debía casarse. Yo debía prepararme para lo que me era asignado. Reitero, cerré mis ojos y me dejé caer. Todo se volvió negro, difuso.

- Le printemps c’est jollie, comme tes yeux d’enfant, es la frase más hermosa que me han dicho en años –

Abro mis ojos y ella estaba ahí, en el Royal Aspen con su figura entallada. Acababa de besar sus labios carmesí. Había perdido la noción del tiempo. No sabía si lo que sucedía realmente estaba sucediendo. Me deje llevar por el momento. Disfrutaría sin límites la aurora boreal que se interponía en mi camino. Lo haría sí, por lo menos hasta que se suceda lo inesperado. Es lindo pensar que hay sucesos cuya fabulosa imperfección vuelven a la matriz de los hechos. Creer en la retroalimentación o feedback, sentir que mi vida estaba espiritualmente llevado a la predestinación, y yo iba a romper con esta última.

Alexis Turnes Amadeo
(Publicado en "Argentina en versos y prosas", Ediciones Raíz Alternativa, 2009)

2 comentarios:

  1. Muchos soñamos con una historia de amor que solo vemos en películas. Creo que algunas se cumplen y otras simplemente siguen su camino, que es otro. Hermoso relato.

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  2. El mas cinematografico, me hice el corto en la cabeza, nada mal para adaptar.

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